Ojalá los buenos momentos
amaneciesen todos los días,
para poder escalarlos contigo,
aunque haga pasen los años
y tú te hayas ido.
Ojalá pudiese mirarte a los ojos
y hablarte con ellos, de las cosas
que se quedaron en mitad del
camino.
Y rozar tu cintura, apartando las
piedras que cortaron el paso,
aunque pasen los años y tú te
hayas ido...
Ojalá mis manos pudieran curar
tus heridas, y las tuyas las mías,
y olvidar los reproches, el orgullo
que hemos tenido.
Y observarte durmiendo, aunque
pasen los años y tú te hayas ido.
Oigo una canción mientras quedo dormido,
y me pone triste esa canción que oigo,
y tal vez sea porque ya la he vivido.
O tal vez no.
Oigo una canción que desenvuelve en mí
los recuerdos del olvido, que me hace
temblar y notar que los dedos me queman,
y no de calor, sino de frío.
Quizá me vuelva a hablar de amor esa
canción un día, y se acelere el ritmo
de mi corazón al oír aquella voz unida,
al violín, al piano, y a la rima.
Y tal vez, preocupado, tiemble
de nuevo por haberte olvidado...
Pasa el tiempo cariño, y algunas voces me han dicho
que tu piel se refugia en unos brazos opuestos a los
míos.
Tal vez lo supuse aquel día que decidimos alejarnos.
No sé cómo es él, pero tampoco me importa.
No sé si te besará mientras camina, o si morderá
tus labios cuando te besa.
No me interesa su nombre, ni tampoco lo que hace
contigo.
Lo mismo te ha escrito ya alguna carta, y te ha dicho
que tienes los ojos más bellos que ha visto.
O te ha relagado una rosa con algún perfume
caro que a él le guste, o el amanecer que siempre soñaste.
No sé si estrechará su mano por tu mejilla, si se
abrazará a ti al despedirse, o si te habrá visto llorar.
Tampoco sé si enfadará contigo a menudo, si te hará cosquillas
después de hacer el amor, o si dará gracias a Dios por haberte
conocido.
Sólo sé, que él no podrá escribirte como yo porque
nunca te ha perdido.
Vuelve el verano y las horas
de luz intensa, volverá la brisa
en la arena y las tímidas
voces que empujan al viento.
Volverán los chapuzones,
y como en cualquier verano,
nacerán los amores que
el invierno no deja.
Y miraré de nuevo en aquel
balcón que días tras día
dejabas abierto, donde te
secabas el pelo antes de
mirarte al espejo.
Volverán las mañanas pisando
la mar cristalina, y leyendo el
periódico o escribiendo una rima,
fotografiaré ocasos mientras
la gente pesca en la orilla.
Observaré los veleros partir,
desplegando sus alas,
sin rumbo, sin fin...
Y sabré de repente
donde empieza el verano,
yo, que solo he sabido
donde acaba el amor.